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A Política de Boa Vizinhança em tempos de Guerra

Resumos - "Segunda Guerra Mundial, classes populares e nacionalismo em tempos de guerra”

Hernán Camarero (CONICET-UBA)

“El movimiento obrero y las izquierdas de Argentina en debate ante la Segunda Guerra Mundial y las políticas de Estados Unidos. ¿Neutralidad, antiimperialismo o antifascismo?”

Esta exposición analiza el modo en que en el movimiento obrero y las izquierdas de Argentina se combinaron las causas del antiimperialismo y el antifascismo y a su vez colisionaron en torno a las discusiones por la neutralidad ante la Segunda Guerra Mundial.

Desde los años 1920-1930, a la tradicional impugnación al imperialismo británico, se sumó la denuncia a la intervención continental norteamericana, al panamericanismo y a la acción perniciosa del capital extranjero inglés y “yanqui”. El Partido Socialista, cuya dirección anteriormente no había señalado este eje en su accionar reformista y parlamentarista, comenzó a incorporarlo en sus consignas. El Partido Comunista impulsó la Liga Antiimperialista y aceptó las caracterizaciones de la Internacional Comunista: la revolución se iniciaría como “democrática, agraria y antiimperialista”. La estrategia de “clase contra clase” radicalizó las enunciaciones guerreras del antiimperialismo. Otro motivo fundamental era el antifascismo. La confluencia entre socialistas y comunistas en torno a este tópico habían quedado afectadas con aquella línea sectaria de la IC. Pero con la del Frente Popular, el antifascismo habilitó la acción común de ambos partidos, en torno al combate a Hitler y Mussolini y a la orientación reaccionaria y anticomunista del propio gobierno local, en manos de una alianza conservadora.

Las izquierdas pretendieron que el antifascismo y el antiimperialismo impregnaran al movimiento obrero, y a la principal central sindical, la CGT. Pero el sector dominante de esta siguió en manos de los “sindicalistas apolíticos”, que querían limitarse a la lucha económico-corporativa. El contexto se complejizó con el estallido de la Segunda Guerra Mundial en 1939. El gobierno argentino, controlado por el vicepresidente Ramón Castillo, retomó la vieja tradición contraria al panamericanismo de la elite local, y en sintonía con los intereses británicos -contrarios a que Argentina ingresara en un conflicto bélico mundial en el que podía ver afectado su papel de proveedor de carnes y cereales con destino a Londres-, promovió la neutralidad en la gran conflagración, posición que mantuvo hasta su derrocamiento en junio de 1943.

La neutralidad en la guerra enlazó con viejos y nuevos motivos en el movimiento obrero. El rechazo a la anterior guerra “interimperialista” había sido una causa de la izquierda socialista. Al mismo tiempo, el PC apoyó el Pacto Ribbentrop-Molotov, también propiciando la neutralidad, que se extendió hasta la invasión alemana a la URSS en 1941: ahora, el repudio debía ser a todos los imperialismos (nazi, norteamericano e inglés). Así, entre 1939-1941 el movimiento obrero conoció: el rechazo de los sindicalistas que dirigían la CGT a cualquier definición política (en asuntos nacionales o internacionales); y la neutralidad impulsada por los comunistas, que evitaban una condena unilateral al eje nazi-fascista.

Desde julio de 1941 el apoyo comunista a la URSS y al bando aliado recuperó el tópico democrático antifascista, subordinando las anteriores banderas antiimperialistas. El PC pugnó por un acuerdo con el PS y las fracciones burguesas “progresistas”, pretendiendo conducir al movimiento obrero a un gran acuerdo con el programa del Frente Popular.

El régimen surgido en 1943, con el coronel Perón en su seno, reafirmó la neutralidad en la guerra. Los comunistas y los socialistas caratularon a esta posición como proclive al fascismo y se enfrentaron al militar obrerista. Cuando la disputa derivó en una salida electoral, a fines de 1945, la Unión Democrática, la alianza formada por radicales, socialistas y comunistas, fue apoyada por diplomáticos de Estados Unidos. Perón y su coalición laborista, acusada de pro-fascista, quedó apropiándose de una suerte de legitimidad antiimperialista. Las causas del antifascismo y el antimperialismo parecían quedar escindidas, arrojando al grueso de las masas obreras al campo de un nacional-populismo peronista hostil a los intereses norteamericanos y colocando a las izquierdas en una retórica antifascista alejada de un programa antimperialista y de las conquistas laborales. En esta exposición abordaremos los aspectos centrales de esta zaga de una década, que presenta una encrucijada histórica central de la historia argentina.

 

Gillian Mcgillivray (York University)

"Batalhas pelo Açúcar no Brasil e em Cuba, 1930-1947"

Com base em documentos dos Relatórios Narrativos do Departamento de Agricultura dos EUA e fontes brasileiras e cubanas, esta palestra explora os diferentes papéis que o açúcar desempenhou nas economias brasileira e cubana da Grande Depressão até a Primavera Democrática de 1945-47. Durante essa era, Cuba exportou a maior parte de seu açúcar para os Estados Unidos e os brasileiros consumiram a maior parte do açúcar que produziram.

Tanto Fulgencio Batista (1933-44, 1952-59) quanto Getúlio Vargas (1930-1945, 1951-54) se descreveram como arquitetos construindo novos estados corporativos para equilibrar os interesses de diferentes regiões e classes dentro de suas nações. No caso de Batista, isso envolveu o estabelecimento de cotas de açúcar para proteger contra a superprodução e garantir uma participação para os plantadores de cana e trabalhadores (predominantemente) cubanos contra as empresas de açúcar (predominantemente) de propriedade dos EUA. A Lei de Coordenação do Açúcar de Cuba de 1937 indexou o preço que as empresas arrecadavam pelo açúcar aos preços da cana dos plantadores e aos salários dos trabalhadores. O Instituto do Açúcar e do Álcool do Brasil (IAA, 1933-1990) estava mais sintonizado com a região do que com a classe. Para Vargas, alcançar “a grandeza da pátria comum” envolvia fazer com que os brasileiros do Sul continuassem comprando açúcar semirrefinado do Norte para que os produtores de açúcar do Norte pudessem permanecer um mercado viável para produtos manufaturados produzidos no Sul. Vargas, como Batista, introduziu cotas atentas aos interesses dos plantadores de cana e da classe trabalhadora, mas não antes de 1944, depois que os proprietários e comerciantes das usinas de açúcar industrial já haviam concentrado o poder por meio do desenvolvimentismo do estado e dos lucros da guerra.

O IAA visava definir um preço para o açúcar que permitisse aos proprietários das fábricas “viver com decência e dignidade”, aumentando seu patrimônio e revigorando a economia brasileira, evitando preços excessivos que prejudicariam os consumidores e desencadeariam a superprodução.[1] As duas estratégias da IAA para estabilizar os preços do açúcar, no entanto, causaram desigualdades. A primeira estratégia envolveu canalizar o excesso de cana-de-açúcar para destilarias de álcool. A segunda implicou despejar “açúcar de sacrifício” barato no mercado global para que a oferta doméstica pudesse se alinhar mais de perto à demanda. Essas estratégias deram aos industriais a vantagem sobre os plantadores de cana, ao mesmo tempo em que davam aos produtores de São Paulo benefícios sobre o Nordeste. Quando submarinos alemães afundaram barcos nas costas do Brasil em 1942, o genro de Vargas, Amaral Peixoto, impôs rações alimentares para conter a inflação e a especulação, mas isso desencadeou filas gigantes, a expansão do mercado negro e tumultos. No final da guerra, a IAA desistiu das cotas e permitiu que as três principais zonas açucareiras do Brasil, São Paulo, Rio de Janeiro e Nordeste, produzissem o máximo que sua população pudesse consumir. Tanto no Brasil quanto em Cuba, os preços do pós-guerra dispararam na primavera democrática de 1945-1947, em parte devido à especulação de que o açúcar de beterraba da Europa levaria mais tempo para retornar ao mercado global e em parte devido aos salários mais altos pelos quais os trabalhadores organizados entraram em greve e conquistaram após a vitória dos Aliados.